El escritor vasco Bernardo Atxaga hace unos años se encontró con Göran Tunström que falleció en 2000 en la Feria del Libro de Gotemburgo. Le comentó que había leído El oratorio de Navidad y que tenía un lenguaje muy elegante, y el nórdico le respondió que su sueco no era nada elegante. Algo se debió haber ganado en la traducción.
William Faulkner se hubiera llevado la misma sorpresa si hubiera leído una vieja versión de su novela El ruido y la furia. Donde él escribió ``3 Merry Windows. Agnes, Mabel, Beckie´´, en referencia a un prehistórico condón de aluminio, el intérprete tradujo que había tres mujeres en el prado.
El error no dejaría de ser una anécdota si no fuera porque el hallazgo del preservativo es capital en la novela.
La historia de la tradición literaria en español, igual que la de otros idiomas y disciplinas está salpicada de curiosidades y gazapos para la carcajada.
Sus profesionales evitan muchos errores de los que cometen y porque lo hacen en una proporción insignificante para el mar de traducciones que se publican cada año dentro de un sector, el editorial, muy tocado por la crisis, que en 2015 facturó 2257 millones de euros, un 30,8 % menos que en 2008.
Si como dice el traductor y académico de la lengua Miguel Sáez, alter ego autores como Günter Grass ``todo idioma al que no se traduce es un idioma cateto´´, se podría concluir que una lengua con tanto peso de la literatura extranjera es una lengua que tiende a ser fina y distinguida.