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Las intolerancias alimentarias son reacciones adversas del organismo hacia alimentos que no son digeridos, metabolizados o asimilados completa o parcialmente, lo que provoca lesiones.

Esta lesión suele originar una permeabilidad del intestino a ciertos componentes de los alimentos que tras atravesar la barrera intestinal desencadenan mecanismos que promueven la acumulación de histaminas en los tejidos corporales del paciente y que ocasionan sus síntomas.


Los pacientes pueden realizar un peregrinaje por diferentes especialistas médicos y aumentar sus problemas con una medicación que se dirige a los síntomas y que daña aún más al tubo digestivo por lo que se agrava el problema. Estas personas presentan síntomas en los sistemas cerebral, intestinal y del aparato locomotor, lo que explica su paso por distintas consultas hasta que se acierta con el diagnóstico.


Si bien es cierto que una dieta equilibrada, rica en frutas, verduras y cereales integrales, satisface las necesidades nutricionales de nuestro organismo para que nuestra salud marche sobre ruedas, es necesario matizar un poco más nuestra alimentación.


Y es que podemos tener intolerancia alimentaria, sin saberlo, a componentes de nuestra dieta cotidiana tan comunes como la leche, los huevos, los hidratos de carbono, etc.

El desconocimiento de esta situación puede dar lugar a un daño paulatino de nuestra salud. De hecho, es una respuesta en ocasiones de tipo inmunológico, como una alergia, pero cuyos síntomas se manifiestan de forma más lenta y discreta aunque no por ello menos importante para la salud.

La intolerancia alimentaria afecta a cada persona de forma diferente: los alimentos que favorecen a una persona puedes ser perjudiciales para otra. Por ello, es necesario analizar cada caso mediante un estudio clínico personalizado.