A la hora de enfrentarse a un mismo trabajo, las diferencias pueden ser abismales. Por un lado, tenemos al estudiante recién salido de la universidad que tiene muchos conocimientos a nivel teórico, pero que aún tiene mucho que aprender del que, sin haber pisado un campus universitario, lleva media vida dedicada al oficio y que conoce a la perfección todos los secretos de la misma actividad profesional. Y es que, para ser un profesional no necesariamente hay que pasar por la facultad.
La Unión Europea, consciente de la precaria situación laboral quiere valorar la formación de los jóvenes europeos pero no solamente de aquellos que han pasado sus años en la universidad sino también de aquellos que han aprendido la profesión con cursos al margen de la educación reglada y, en ocasiones, a los que la propia vida personal han aportado destrezas difíciles de documentar en un currículo. Si los estados europeos cumplen los requisitos acordados para solucionar la crisis laboral, la Unión Europea dispondrá, en 2018, de un marco homogéneo para validar los conocimientos adquiridos fuera de los canales oficiales.
Esta validación supondría una mejora en las habilidades de los jóvenes y un beneficio para los que, por diversas circunstancias, no han podido estudiar en la universidad. Además, como es una validación a nivel europeo, esta medida favorecería la movilidad entre países.
Los países miembros deberán ofrecer herramientas para certificar dos tipos de habilidades. En primer lugar, lo que los expertos denominan educación no formal (cursos, talleres, educación para adultos y cualquier formación que implique la existencia de profesores y alumnos). En segundo lugar, la llamada educación informal, ajena a las aulas (aprendizaje de idiomas en el extranjero, actividades de voluntariado, cuidado de menores...). En este caso, la certificación es más compleja y, a la vez, más necesaria, porque no hay prueba escrita de esas destrezas, que pueden provenir de experiencias cotidianas.
Solicitar dicha validación es por ahora un proceso costoso en los únicos cuatro países de la Unión en donde se reconocen las competencias profesionales por encima de las académicas, por ejemplo en Francia puede llegar a costar unos 1.000 euros, cifra que obviamente se sale de presupuesto para la mayor parte de profesionales europeos. Con la equiparación a nivel global se pretende mejorar las oportunidades laborales y reducir el coste de dicha validación, para que sea más asequible para los jóvenes europeos y se reduzca el elevado desempleo entre este sector de la población.
Esta iniciativa da esperanzas a quienes han obtenido su titulación fuera de un campus universitario y para los que ejercen una profesión que no está respaldada por un título oficial y que se enfrenta, por un lado, al intrusismo y, por otro, a las quejas de otros profesionales.